sábado, 23 de mayo de 2015

Cuando las cosas salen mal.

   Dar tiempo, esfuerzo, dinero, ilusión, pasión, ganas... Darlo todo por un objetivo. Y que de repente veas que este no se consigue, y no sabes bien bien porqué.

   Entonces viene el momento de pararse, de reflexionar. ¿Qué está pasando exactamente? No he estado pensando 100% en lo que tenía que pensar, no he dado el 100%, no he sabido reaccionar, no he sabido hacer correctamente la técnica, no he aguantado la presión, no he creído en mi mismo, había factores externos que influenciaban... ¿Cuál ha sido el principal problema? O el conjunto de problemas que me han llevado hasta este punto.

   Primero hay que tener claro esto. Y tener claro que nos toca cagarnos en todo, llorar, patalear, chillar, DESHAOGARNOS. Es necesario. Y es signo de que realmente nos importa aquello que estamos haciendo, que lo vivimos con todos nuestros poros de la piel.

   Pero luego no hay más que revalorar que hemos hecho mal, y que podemos llegar a hacer para mejorarlo. E intentarlo con todo el alma. Volver a intentar. Volver a fallar. Volver a aprender.

   Los objetivos se han de tener. Para poder tener un porqué. O del porqué al final salen objetivos, ya ni lo sé.

   Sólo se que los objetivos me hacen ser mejor, y no sólo en el sentido de conseguirlos o no. Sino que también me dan la capacidad de aprender a decepcionarme, aprender que las cosas no son siempre justas, aprender que hay que seguir mirando para delante, aprender a darlo todo, aprender a ser constante, aprender a cambiar, aprender a luchar, aprender a vivir al máximo.

   Al final la parte más bonita, y que más nos llena, es el camino. La victoria sólo nos dará un momento de euforia y motivación para redactar un nuevo objetivo.

   Disfrutad de todo lo que hacéis. Salga bien o salga mal, si  realmente os gusta ya tendréis prácticamente todo ganado.

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